Han transcurrido ya casi nueve meses desde la asunción de Alberto Fernández al cargo de presidente de la Nación. Aunque haya dudas acerca del rumbo del gobierno, hay algunos indicios que permiten determinar la dirección que podría tomar. Uno de los interrogantes que se plantean es si podrá el presidente darle a su gobierno su propia impronta. Si la respuesta es afirmativa, la pregunta que sigue sería: ¿en cuánto tiempo lo logrará?
Primero es útil recordar el derrotero que siguió su nominación para presidente, primero, y su elección popular, después. Hasta el año 2017, Alberto Fernández no era más que el jefe de campaña del ex ministro de Transporte de la Nación, Florencio Randazzo. Además, dictaba clases en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Hasta ese momento, pocas personas creían en la posibilidad del actual presidente de competir para un cargo de renombre a nivel nacional.
Más aún, las encuestas que circulaban no lo ubicaban, hasta comienzos del año pasado, como un presidenciable. La nominación de Alberto Fernández como candidato presidencial por la expresidente Cristina Fernández causó por eso sorpresa y revuelo. La decisión de la ex mandataria de “correrse a un lado” y abrir el juego político era toda una revelación.
Aunque esta decisión fuera difícil de explicar, los analistas coincidieron en ese entonces que la jugada respondía a la necesidad de unir al peronismo y adquirir inmunidad judicial. Cierto es que el nombre de Cristina generaba mucha resistencia en una gran parte del electorado correspondiente a las grandes ciudades y que un eventual ballotage frente al expresidente Mauricio Macri, la daba como probable perdedora. Pero esta no es toda la historia.
Todavía Alberto Fernández tendría que mover montañas para posicionarse con éxito en la opinión pública. Siendo que su candidatura generaba grandes suspicacias, el contenido y estilo comunicacional resultaron de vital importancia para convencer a un sector de votantes independientes de que él era diferente a la expresidente y que, en caso de llegar al gobierno, gobernaría de manera muy distinta a como lo había hecho Cristina Fernández durante sus dos gobiernos. Para ello no dudó en criticar abiertamente por radio y televisión algunas de las decisiones tomadas en el pasado por la ex presidente.
Esta estrategia de desmarcarse de su figura y su corrimiento progresivo al centro (una estrategia opuesta a la llevada adelante por el candidato presidencial Daniel Scioli en 2015) serían todo un éxito. A esta estrategia Fernández le sumó la captación de aliados políticos desencantados con el oficialismo.
El caso más claro es Sergio Massa y su Frente Renovador, quien 3 años atrás había decidido tomar distancia del gobierno de Mauricio Macri en medio del revuelo por el aumento de las tarifas a los servicios públicos. A este gran frente opositor se le sumarían también personalidades como Victoria Donda, Pino Solanas y distintos sectores del peronismo (como los gobernadores) que apoyarían al actual presidente en su carrera por vencer a un gobierno impopular como el de Macri.
Ya en el gobierno, Fernández demostró su voluntad de recuperar la industria nacional y el consumo de los sectores populares en lo que parece ser una vuelta a los años en que gobernó su padrino y mentor político, el ex presidente Néstor Carlos Kirchner (2003-2007). Es, de hecho, Fernández quien manejó durante mucho tiempo la agenda del expresidente mientras éste se encontraba en Buenos Aires y es también él quien, como legislador porteño por la Ciudad de Buenos Aires, lo introdujo en los círculos capitalinos.
Al igual que el expresidente Néstor Kirchner, Fernández está convencido de los beneficios de un modelo de desarrollo hacia adentro, de la unión sudamericana y del liderazgo firme en el ejercicio del poder.
El modelo de desarrollo hacia adentro se basa en dos pilares: el repunte del consumo interno y la defensa de la industria nacional. Hay distintas formas de apuntalar el consumo, como, por ejemplo, a través de la implementación de una política expansionista por parte del Banco Central (que el gobierno controla y dirige a discreción) y mediante la emisión por parte del gobierno de créditos a tasas subsidiadas. La industria local debe ser protegida a cualquier costo (ya sea mediante aranceles, subsidios, tipos de cambio diferenciales) con el objetivo de permitir su desarrollo.
La Unión Sudamericana simboliza el deseo de estrechar lazos con gobiernos de países de tendencia ideológica parecida. En la década pasada, Argentina mantuvo relaciones muy amistosas con distintos gobiernos de izquierda en la región, como Brasil, Bolivia y Venezuela, países adscriptos al llamado “socialismo del siglo XXI”. Por el contrario, no mantuvo buenas relaciones con gobiernos no afines a esta ideología, como los gobiernos de Uruguay, Chile y Colombia.
Por último, el liderazgo firme en el ejercicio del poder tiene su origen en la idea de que no es posible llevar a cabo reformas estructurales que beneficien a los sectores postergados de la sociedad sin demostrar firmeza y autoridad. Un Poder Ejecutivo fuerte es el poder que alguna vez imaginó Alberdi y que Alberto Fernández (así como muchos caudillos de provincia en la Argentina) reivindica en su cruzada contra los poderes económicos, mediáticos y también judiciales. Este poder se puede tornar, no obstante, peligroso si no se ajusta a ciertos límites, como bien lo demuestran las experiencias de provincias como Santiago del Estero, San Luis y Santa Cruz. Esto también es lo que previó Alberdi en su proyecto de Constitución.
Desde que asumió el poder, Fernández no ha hecho más que seguir a rajatabla sus ideas políticas y económicas. Como muestra de ello, ha ampliado el programa Precios Cuidados, ha implementado nuevos programas de defensa del consumo interno y ha impuesto multas a comercios que no respeten los acuerdos pactados. Por otro lado, ha suspendido el aumento a las tarifas de servicios públicos. La política expansionista del Banco Central se ha acentuado fuertemente desde que llegó al poder en diciembre pasado. El Banco Central es, en esta visión, un apéndice del Poder Ejecutivo.
En política exterior, el gobierno ha evitado relaciones fluidas con gobiernos de tendencia ideológica opuesta (como Brasil y Chile) y fortalecido su relación con gobiernos amigos (como México). Ha integrado el “Grupo de Puebla” y condenado el golpe de Estado en Bolivia. No hay voluntad del gobierno de fortalecer el Mercosur, ya que sus miembros no siguen la línea ideológica oficial, a tal punto que ha desistido de suscribir nuevos tratados de libre comercio en el marco de este bloque.
La intervención e intento de expropiación de la empresa Vicentín y el mantenimiento de la cuarentena ante el avance del Nuevo Coronavirus simbolizan el deseo del gobierno de reafirmar su poder, de revalidar sus credenciales kirchneristas (las de su difunto mentor) y construir una base de apoyo más amplia que le permitan ganar en autonomía con respecto a determinados sectores del kirchnerismo más afines a la expresidente (*). La crisis del Coronavirus representa una oportunidad para Alberto Fernández de independizarse políticamente, al ser percibido por vez primera como la máxima autoridad del país.
Pero no es evidente todavía que Fernández vaya a consolidar su poder y construir su propio movimiento o armado político. En este punto es bueno preguntarse, ¿seguirá Alberto Fernández el camino de Néstor Kirchner con Eduardo Duhalde? ¿Lograra independizarse del movimiento político liderado por la expresidente en las próximas elecciones legislativas como Kirchner logró hacerlo en 2005 -ganando esas mismas elecciones-?
Vale recordar que el expresidente santacruceño solo contaba con 14 diputados afines hasta el año 2005 cuando su frente (el Frente para la Victoria) gana las elecciones legislativas en la Provincia de Buenos Aires y amplía sus poderes institucionales. En esas elecciones, su esposa, Cristina Fernández, triunfó en la Provincia de Buenos Aires sobre la esposa del expresidente Eduardo Duhalde, Hilda González de Duhalde. Este triunfó selló el distanciamiento definitivo entre el duhaldismo y el kirchnerismo (**).
Alberto Fernández podría emular a su mentor político, Néstor Kirchner o, por el contrario, correr la suerte del expresidente de Chile, Salvador Allende Gossens, quien lejos estuvo de lograr imponer su “vía pacífica al socialismo” en ese país y fue sobrepasado por sus aliados de extrema izquierda dentro de su propio frente político, generando disgusto, caos y desorden en el país trasandino.
Reformulando entonces la pregunta: ¿vamos camino a un gobierno de centro izquierda con todas las características que se mencionaron o a una radicalización del modelo instaurado por la expresidente?
Mi respuesta es que depende del rol que juegue la oposición. Pero en el fondo nadie lo sabe. Solo el tiempo podrá develarlo.
*Algunos periodistas han interpretado el intento de expropiación de Vicentín como el deseo de Cristina Fernández y la agrupación política La Cámpora de imponer la agenda sobre el presidente. Esta idea no es para nada descabellada
**El acercamiento entre N. Kirchner y E. Duhalde tiene su origen en la década del ´90, cuando ambos dirigentes se oponen a las políticas pro mercado de Carlos Menem y su voluntad re-reeleccionista, a través de la formación del Grupo Calafate sobre fines de esa década. Alberto Fernández oficiaba allí como coordinador