Las ideas anacrónicas del peronismo

En Argentina, subyacen, por lo menos, dos visiones diferentes de país. Esas dos visiones no solo son contrarias, sino que parecen, asimismo, irreconciliables. Ambas no se explican sin una referencia a la otra. La afirmación de una de ellas es, en gran medida, la negación de la otra. 

Toda historia tiene un comienzo y una continuación o desarrollo. Para no ir tan atrás en la historia nacional, podríamos decir que ambas se afirman a partir de la emergencia de un fenómeno histórico de gran resonancia como es el advenimiento del peronismo. 

El año 1946 significó el triunfo del peronismo en las elecciones presidenciales. La fórmula Perón-Quijano derrotó con el 53,71% a la fórmula José P. Tamborini-Enrique Mosca (*). De allí en adelante, esas dos visiones de país, tan distintas entre sí, llegaron a eclipsar todas las otras diferencias que pudieran existir entre los argentinos. Además de erosionar las coincidencias. 

Al día de hoy, la denominada “grieta” (producto de la división de los argentinos en dos grandes grupos identitarios) nos acompaña y amarga, por así decir, la existencia nacional. 

Desde una perspectiva regional o incluso global, la emergencia del peronismo lejos está de ser un fenómeno original, único o extraordinario. En otros países surgieron movimientos similares o con muchos puntos en común con el peronismo. Tal es el caso, por ejemplo, del franquismo en España y de Mussolini en Italia. En América Latina, el ibañismo en Chile (por el general Carlos Ibáñez) y el varguismo en Brasil (por Getúlio Vargas en Brasil) fueron los casos más emblemáticos. 

No obstante ello, el peronismo tiene una peculiaridad que lo diferencia de otros movimientos nacional-populares: su persistencia en el tiempo como actor político protagónico. 

En un artículo publicado hace unos años dije que el peronismo se caracterizaba por defender tres banderasla redistribución del ingreso, la industria nacional y el consumo de los sectores popularesSin ánimo de revisitar ahora esos postulados, me gustaría profundizar en la idiosincrasia del peronismo. 

Primero es necesario reconocer que no existe un único peronismo. Segundo, que el peronismo es un movimiento compuesto por múltiples actores de diferentes orígenes y trayectorias que buscan defender (eso dicen) los postulados de su líder fundador, el general Juan Domingo Perón. 

Aparte esas salvedades, es necesario mencionar que, hasta el día de hoy, se ha logrado imponer con éxito aquel grupo dentro del peronismo que defiende los postulados de la primera presidencia de Perón (1946-1952). 

Los peronistas que defienden otros postulados (los de la segunda o incluso tercera presidencia) han sido literalmente barridos y apartados de la escena nacional. Con el agravante de que tampoco han tenido cabida dentro de este movimiento, que sistemáticamente expulsa a las facciones disidentes que no se encolumnen fielmente detrás del líder o caudillo en el poder.

La gran diferencia entre Argentina y otros países de la región (e incluso algunos desarrollados como Alemania o Francia) no es la emergencia de un movimiento como el peronismo, sino la extraordinaria persistencia y resiliencia de este movimiento más allá de las causas y factores que motivaron su entrada en escena. Tanto en Francia como Alemania existieron y aún existen movimientos populistas, pero no recogen hoy los apoyos que sí recoge el peronismo en Argentina.  

Como dije anteriormente, el primer peronismo es refractario de una doctrina antielite que basa su apoyo en los sectores populares y grupos industriales medios y pequeños que crecieron al calor de la protección industrial que arranca o se profundiza en Argentina hacia 1930. Este movimiento, con sus ejes o banderas que lo definen, es portador de una cosmovisión o pensamiento más general acerca del mundo, que tiene una serie de elementos. 

En este caso intentaré acercarme a una definición a partir de definir en qué cosas NO CREE el peronismo: 

El peronismo descree profundamente del capitalismo: no se enfoca en los beneficios del sistema, sino en sus fallas. Allanan así el camino para que el Estado resuelva esas supuestas fallas o, incluso, intervenga directamente en pos de eliminarlas. Pareciera existir una especie de “capitalismo defensivo” o “capitalismo de Estado” que más que capitalismo es, en realidad, su propia negación. De esta manera, se podría decir que “se resisten a jugar el juego” 

Descree asimismo del comunismo, adoptando una postura política ambigua: hacia mediados del siglo XX significó que adoptara como política exterior una postura neutral en el marco de la guerra fría. Años antes, se definió neutral en asuntos bélicos, expresando su oposición a la democracia liberal y al capitalismo de occidente. El peronismo, como otros movimientos nacional-populares, pretendió ser “la síntesis” o “lo mejor” de ambos sistemas, pero pecó, a mi juicio, de indefinición y ambigüedad. Su líder fundador se definió, no obstante, como un anticomunista. Esto es lo mismo que se ve hoy en política exterior

Descree de la democracia de partidos: la democracia representativa conformada por partidos políticos con asiento en el parlamento fue y es para el peronismo una idea anacrónica. Pero no se conocen hasta el momento otros tipos de democracia que hayan podido resistir con éxito los embates autoritarios. Así es que el peronismo nunca se ha reconvertido a partido político y ve en el parlamento un órgano que simplemente sanciona las políticas ya decididas en otros lugares. Mientras el radicalismo organiza elecciones internas, el peronismo ha sistemáticamente desistido de hacerlas, poniendo a dedo a sus dirigentes y/o dividiéndose en múltiples movimientos con diferente nombre

Descree de la capacidad creadora del individuo: el peronismo, como otros movimientos nacional-populares, se identifica más con el hombre-masa de Gustave Le Bon o Tarde, que con el individuo, que es capaz de asociarse, a su vez, con otros individuos o grupos de individuos para fines económicos (o de otro tipo). Cuestiones tan fundamentales para la economía de un país como un clima de confianza o la estabilidad en los contratos son para el peronismo cuestiones secundarias o, en el mejor de los casos, meros medios para fines estrictamente partidistas

Descree del ser humano como motor de la historia y rechaza la filosofía cosmopolita: son estructuralistas y nacionalistas. Su unidad de análisis no son nunca las personas. Las personas no mueven el mundo, sino que lo hacen los Estados-nacionales. A las personas, que literalmente se encarnan en términos como nación y patria, hay que permanentemente “cuidarlas” de los males que acechan al mundo. Estados Unidos y el FMI suelen ser los chivos expiatorios preferidos, en línea con el discurso de diferentes movimientos de izquierda en la región  

Descree de las instituciones: no es una novedad que no valoren a las instituciones como fines y medios, es decir, por sí mismas, sino como meros medios para la consecución de otros fines. Es una característica compartida con un sinfín de movimientos nacional-populares (o populismos) a lo largo y ancho del planeta.

Los riesgos

Para el peronismo, defender posturas no capitalistas para la economía del país (por no decir precapitalistas, románticas o directamente anticapitalistas) implica riesgos, tanto a corto como a mediano plazo. “No jugar el juego” no es gratis en un mundo capitalista, globalizado e interconectado. 

A propósito, es necesario mencionar que el mundo ha cambiado sustancialmente desde 1946, año de asunción del general Juan Domingo Perón. No es lo mismo hablar de los supuestos errores o falencias del peronismo en 1946 que hablar de sus falencias ahora. 

Es así que todo intento por revivir modelos o modos de producción pasados de moda, extintos o anacrónicos no puede llevar más que al fracaso y al atraso de Argentina como país. Siempre es bueno mencionar que no lograr avanzar en una dirección determinada no implica mantenerse en el mismo lugar, sino retroceder como país, ya que los avances y retrocesos son relativos (por comparación con otras naciones) y no absolutos. 

Para ejemplificar lo que acabo de mencionar, voy a parafrasear una frase del presidente Alberto Fernández al Financial Times. En una entrevista con ese diario dijo ser aficionado al modo de producción fordista. Ese modo de producción ya no prevalece en el mundo, ya que ha sido desterrado por los avances de los años 80, por parte, primero, de los japoneses, y luego de los estadounidenses. Querer revivirlo es, en pocas palabras, ir contra la historia (**).

Los estadounidenses copiaron en los años ´90 el modo de producción que se desarrollaba en Japón producto del rezago de la industria estadounidense en relación con este último país. A cambio de la producción en serie, individualista, por el cual el trabajador era solo un engranaje más dentro del proceso de producción, el trabajo pasó a ser organizado de manera más comunitaria, en grupos, donde el trabajador individual estaba más calificado y tenía más poder para levantar la mano cuando algo no funcionaba. El control de calidad en todo el proceso fue central a esta nueva visión, dejando de lado la idea de que el trabajador individual no tenía ni voz ni voto. 

Por otro lado, es necesario mencionar que hoy las empresas más importantes no producen necesariamente bienes finales al consumidor, sino que le ofrecen al consumidor o usuario servicios y experiencias gratificadoras. Algunas empresas importantes, como por ejemplo Uber, son simplemente intermediarias. De allí que la frase del presidente sea, en este caso, un sinsentido.

Amenazas y desafíos hacia el cuarto de siglo

Como es de público conocimiento, la pandemia del Coronavirus ha puesto en jaque al orden mundial. No obstante, los países buscan recuperar poco a poco el terreno perdido. 

Si hay algo que queda claro después de casi un año y medio es que el capitalismo a escala global sigue, a pesar de sus detractores, más vivo que nunca. Esto es fácilmente comprobable al revisar las condiciones de producción de la mayoría de las vacunas contra el Coronavirus. La velocidad récord (nunca antes vista) de producción de vacunas es una muestra de lo que la ciencia, por un lado, y la competencia entre grandes compañías, por el otro, puede lograr si existen los incentivos adecuados en el momento adecuado (materiales, regulatorios, legales, etc.). 

De allí que lo determinante al analizar el éxito del proceso de producción de una vacuna sea más los incentivos, estímulos y condiciones de producción que el “tiempo normal estimado” de producción de una vacuna contra X virus.

Esto es algo que los argentinos (incluyendo los peronistas) deberíamos revisar. No son principalmente los Estados, sino las personas y las empresas quienes crean riqueza. 

Necesitamos recuperar la idea de un Estado inteligente y eficaz que ejerza efectivamente el papel de regulador, creando el marco y las condiciones para el libre desenvolvimiento de las personas y los grupos en un clima de paz y libertad (***).

La pandemia nos ha alertado sobre la importancia de contar con un sistema de salud público de calidad, al alcance de todos, y una ciencia y tecnología pujante y capaz de competir en el plano internacional, además de proteger el medioambiente. No deberíamos desperdiciar la chance que nos ofrece la historia, deberíamos aprovechar la lección que esta pandemia nos ofrece.

Caso contrario, Argentina volverá a ser un caso de estudio por su negligencia para lidiar con sus propios problemas a partir de ignorar la evidencia y los signos de agotamiento y decaimiento de sus propias ideas.

*https://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_presidenciales_de_Argentina_de_1946

**Hay que resaltar que, lejos de ser solidario como afirma Alberto Fernández, el modo de producción fordista era un modo de producción donde reinaba la desconfianza entre patrón y trabajador, y donde los trabajadores operaban de manera individual y solitaria y efectuaban tareas mecánicas que no requerían demasiada calificación. El modo de producción “lean” desarrollado en Japón (https://es.wikipedia.org/wiki/Lean_manufacturing) es, por el contrario, mucho más solidario para con los trabajadores, ya que los empodera y les otorga un rol mucho más significativo y de importancia en el proceso general de la producción. Recomiendo el libro “Trust” de Francis Fukuyama para adentrarse más en sus diferencias 

***Defender la idea de un Estado inteligente implica decir que, independientemente de si es más grande o más chico, el Estado debe cumplir con una serie de funciones de manera eficaz, entre los cuales se encuentra el control y la provisión de servicios de calidad. En este punto soy más cercano a la cosmovisión europea que a los Estados Unidos. Europa continental retiene en buena medida muchas de las características de su Estado de Bienestar

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