
En uno de mis últimos artículos hice mención a un tema que sobrevuela la opinión pública desde hace meses y que se presta a adquirir cierto protagonismo de cara a la campaña electoral entrante.
Me refiero a la discusión sobre la modalidad del cambio que necesita el país para salir de su crisis económica: políticas orientadas al cambio gradual o, bien, políticas de corte estructural, tipo “shock”(*).
Esta discusión no solo divide al frente opositor entre quienes se denominan “halcones” y “palomas”, sino que atraviesa también al frente oficialista entre, por un lado, aquellos partidarios del presidente de la Nación y su ministro de Economía, y, por el otro lado, la vicepresidente de la Nación, sus aliados y simpatizantes.
Esos dos sectores intra-coalición se encuentran cada vez más alejados, en lo que pareciera ser dos caminos que se bifurcan sin ninguna posibilidad de reencontrarse. En las últimas horas, han salido a la luz también diferencias políticas entre el ministro de Economía y el presidente.
Del lado opositor, Juntos por el Cambio es quien más activamente reaviva la cuestión. Desde su fundación en 2015, la idea del cambio estuvo siempre en su ADN.
No obstante, a diferencia de 2015, la novedad ahora es que hay dos maneras de interpretar y caracterizar ese cambio: como ruptura de todo lo que le precedió para ir hacia un nuevo estado de cosas completamente diferente o como evolución, es decir, como una modificación gradual de ciertas políticas que no satisfacen a un determinado conjunto. Es otra manera de definir la dicotomía cambio gradual vs. cambio de shock.
A pocos meses de la celebración de las Elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, esas dos miradas (ya no meramente políticas, sino también ideológicas), amenazan con poner en peligro la unidad dentro de la principal coalición opositora.
Del lado de la coalición oficialista, el Frente de Todos, la cuestión parecería ser un poco más intricada, pero daría la impresión, a primera vista, que el cambio gradual es hoy representado por el ministro de Economía, Sergio Massa y su equipo, mientras que el cambio veloz y profundo (de shock) es encarnado por la vicepresidente de la Nación, Cristina Fernández, y sus aliados, especialmente, La Cámpora.
Tanto desde las filas oficialistas como del lado opositor es posible identificar una visión crítica de la situación actual del país. En ambos y cada uno de los polos existen dos miradas sobre las reformas que necesitaría el país para salir de su crisis: una maximalista y la otra posibilista.
La primera es sumamente optimista respecto a la posibilidad de implementar reformas. Pero peca, a mi juicio, de ciertas deficiencias. La segunda es más cauta y, por lo tanto, más realista.
A falta de una crítica de la primera, me propongo aquí enumerar algunas de sus fallas(**):
1)La posición maximalista simplifica la realidad, pasando por alto las dificultades para promover cambios rápidos y profundos en una sociedad (como la Argentina) con patrones culturales estables y relativamente fijos
2)Subestima el papel de actores centrales renuentes al cambio. Esos elementos tienen la capacidad de bloquear y/o vetar reformas que perjudiquen sus intereses: me refiero principalmente al Congreso de la Nación (y al Senado particularmente), al Poder Judicial, a los sindicatos, los partidos políticos de la oposición y la burocracia estatal. Se podría mencionar también a las cámaras empresariales, defensoras de un modelo de protección estatal ya consolidado. Muchos de esos actores son de por sí conservadores, aun cuando públicamente aboguen por reformas de libre mercado
3)Excluye la política de la toma de decisiones (cuando resulta más necesaria que nunca). Considera a las reformas como una cuestión técnica apolítica. Es así que la pregunta más relevante para ese grupo estriba en los medios técnicos más adecuados para conseguir determinados fines, sin considerar variables políticas, como las alianzas políticas, la estrategia política, la comunicación de gobierno y el “relato” como elementos fundantes de todo proyecto de gobierno
4)Busca imponer un proyecto en soledad o, bien, hacer pasar el proyecto de una minoría relevante (quizás un 30% o 40%) como el proyecto de una sociedad entera. No se destinan los esfuerzos y recursos suficientes a la negociación con otras fuerzas. Sus defensores buscan “lo justo” o “lo correcto”, en desmedro de los acuerdos políticos, lo que redunda paradójicamente en un gran injusticia para con amplios sectores que no se sienten representados en esas políticas (ya que no fueron incluidos en la coalición a favor del cambio)
5)Plantea reformas de gran calado difíciles o imposibles de sostener en el mediano y largo plazo. Ejemplificando, algunas de las reformas estructurales de los años ´90 en Argentina tuvieron un efecto positivo (como eliminar la inflación, reducir el déficit fiscal y mejorar los servicios públicos), pero, a falta de consensos, esas reformas no se sostuvieron más allá de 2002 -e incluso se revirtieron muchos años antes-
6)Favorece la reproducción de una lógica pendular en la construcción de las políticas públicas, lo que redunda en fuertes inconsistencias en el funcionamiento del Estado y, finalmente, en graves dificultades para alcanzar el progreso como sociedad. Como dice el dicho, gobierno que llega al poder, gobierno que cambia todo lo hecho por su predecesor
7)Sacrifica la democracia representativa en aras de la “eficiencia técnica”. Un proyecto de gobierno con una agenda maximalista, como lo fue la del ex presidente Carlos Menem en Argentina o la de del ex presidente del Perú, Alberto Fujimori, es fuertemente presidencialista y tecnocrático, en detrimento del Congreso y otras instituciones de control y representación ciudadana. Dada la enorme concentración de poder que acumulan, se suelen valer de artilujios legales para torcer el Poder Judicial a su favor, anulando la división y el control de los poderes. El ex polítólogo Guillermo O Donell acuñó el término democracia delegativa para diferenciarla de la democracia representativa que se desarrolló en la Europa de la Postguerra (***)
8)Ignora la naturaleza inherentemente gradual de la democracia. La democracia representativa es un régimen de gobierno pensado para que las iniciativas y propuestas de gobierno se discutan y se debatan en un amplio emiciclo, el Congreso de la Nación. El procedimiento de discusión normal garantiza que (todas) las opiniones sean escuchadas y que se tengan en cuenta los diferentes puntos de vista a la hora de elaborar y redactar un proyecto de ley. Este proceso permite mejorar la transparencia, la representatividad política y el aporte de la sociedad en su conjunto al producto final, superando los sesgos cognitivos derivados de decisiones tomadas por grupos muy pequeños u actores individuales aislados
Como el lector quizás pudo apreciar, el proyecto maximalista se corresponde con un una concepción de la política donde la toma de decisiones se concentra fundamentalmente en el Poder Ejecutivo y su gabinete, mientras que el proyecto posibilista considera al Congreso de la Nación, su contralor, como el lugar privilegiado de la toma de decisiones.
Aunque un presidente recientemente electo o en funciones desde hace tiempo se sienta tentado a utilizar la vía ejecutiva para tomar decisiones importantes y trascendentes (y hacer prevalecer así su visión de país), las sociedades actuales, enormemente complejas, demandan crecientemente un tratamiento diferente donde las decisiones se discutan.
Los gobiernos de la región, y de la Argentina en particular, suelen hacer caso omiso a ese pedido de ciertos grupos por mayor representatividad y búsqueda de consensos, privilegiando la rapidez y los resultados inmediatos a fin de evitar situaciones apremiantes.
Este sesgo de los gobiernos hacia lo que podríamos denominar “decisionismo” se profundiza cuando el país convive diariamente con urgencias financieras y económicas y cuando los actores de la oposición deciden activamente no cooperar para no tener que avalar decisiones tomadas por el gobierno que son vista como impopulares.
A su vez, la cercanía de las elecciones resultan un desincentivo a la cooperación y los acuerdos. Esta es hoy la situación de la Argentina, donde hace unos días el gobierno, a falta de divisas extranjeras, forzó la venta de dólares por parte de la Administración Nacional de Seguridad Social a cambio de bonos en pesos (en un contexto donda la moneda local pierde día a día su valor).
Pero el gobierno, como pude graficar anteriormente, no es el único interesado en “fugarse hacia adelante”. La oposición, aupada por la campaña electoral, pretende hacer lo mismo si logra vencer en octubre próximo. Para su sector maximalista, defensor de la “terapia de shock”, el coraje o la valentía son sustitutos de la voluntad de acuerdo y apertura de miras del estadista.
La experiencia indica que solo los más capacitados deberían hacerse cargo del gobierno. Pero apostar por los mejores implica, a mi juicio, bastante más que elegir un candidato que tenga valentía, coraje o decisión, como postula una parte de la oposición.
Implica una voluntad de acuerdo inquebrantable, que tenga en cuenta y acepte la opinión del prójimo y tenga la firmeza para ratificar las decisiones tomandas en conjunto(****).
Las medidas unilaterales o tomadas por pequeños grupos (no representativos de la sociedad toda) no son una base firme sobre la cual construir los pilares del gobierno. Así lo demuestra la experiencia de innumerable cantidad de países, con la Argentina como exponente privilegiado de un desarrollo abortado hacia mediados del siglo pasado en el contexto de una polarización política y social imposible de disimular.
*Las diferencias conceptuales entre ambas concepciones ya las analicé en mi anterior artículo. Además, di ejemplos de gobiernos que representaron una u otra tendencia en el pasado. Ver: https://escritospoliticos.com/2022/12/04/gradualismo-o-shock-el-dilema-politico-de-la-democracia-argentina/
**La posición maximalista, perfectamente coincidente con la denominada “terapia de shock”, tiene actualmente muchísimos adeptos. En la oposición, esta visión es representada por los “halcones” del Pro (especialmente el sector liderado por la presidente del partido, Patricia Bullrich) y el Frente La Libertad Avanza, del economista Javier Milei, además de otros sectores minoritarios. El punto de quiebre que favorece su crecimiento y auge es la pandemia de COVID-19 entre 2020 y 2021
***El régimen de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, amparado en las Fuerzas Armadas, la tecnocracia y las agencias de inteligencia del Estado, debiera caracterizarse como un régimen de tinte autoritario que incurrió masivamente en actos de lesa humanidad
****Esa fue la búsqueda de políticos como Nelson Mandela, Angela Merkel, Julio María Sanguinetti II en Uruguay y Fernando Henrique Cardozo en Brasil
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